A finales del mes de abril de este año (2017) -tras informarnos adecuadamente de las clínicas de fertilidad de nuestra ciudad y concertar una primera cita con la que considerábamos la mejor de todas- nos dirigimos al lugar que iba a hacer posible cumplir nuestro gran deseo: ser papás.
Fueron muy puntuales en esta primera visita, así que allí nos encontrábamos Omar y yo sentados delante de la doctora y la enfermera que nos habían asignado para llevar nuestro caso. Aportamos todas las pruebas que ya teníamos y nos hicieron una pequeña entrevista, sobre todo para saber de antecedentes familiares, hábitos de vida, etc. He de decir que en todo momento fueron muy cariñosas y comprensivas con nosotros, dentro del nerviosismo e intranquilidad que esto conlleva, las dos hicieron que nos sintiésemos muy cómodos.
Después de revisar las pruebas ya realizadas anteriormente y hacernos la entrevista, me hicieron pasar a una pequeña habitación para explorar mi útero y ovarios. La doctora volvió a comentarme, tal como hizo mi anterior ginecólogo, lo de los dos mini-miomas (tampoco los vio importantes, para nada interferirían en un futuro embarazo). Vio un endometrio trilineal en perfectas condiciones, pero cuando pasó a observar los ovarios se hizo un silencio, a la vez que yo notaba que hacía unos gestos raros con la cara que no me gustaron en absoluto. A continuación me pregunta: ¿Sabes si hay alguien en tu familia a la que se le haya retirado la regla tempranamente? Yo quería morirme, me iba a dar un patatús. Por supuesto que sí había una familiar mía con este problema: mi madre. Se le retiró la regla con 43 años y lo recuerdo perfectamente porque en ese momento, que yo tenía 14 años, todos pensábamos que se había quedado embarazada y hasta nos pusimos a buscar el nombre del futuro bebé y, fijaos, al final resultó que no era un retraso, sino menopausia precoz. Despuės de contestar esto a la doctora, acto seguido le pregunto si me pasa a mí lo mismo y me contesta que no, pero que el recuento de folículos antrales está un poco disminuido para mi edad (solamente pudo contar 7 en total). Mi ginecólogo no me comentó nada de esto, pero supuse que a lo mejor ese dato es sólo aportado por expertos en fertilidad y un simple ginecólogo y obstetra no se mete en esos jardines.
Pues ya teníamos entonces un diagnóstico final: obstrucción de trompas, la izquierda no del todo obstruida, y reserva ovárica baja. Nos recomienda directamente la fecundación in vitro. Sin embargo, para llevar a cabo este tipo de tratamiento necesitan otros análisis más específicos: para los dos, Omar y yo, análisis de enfermedades infecto-contagiosas (SIDA, hepatitis...) y cariotipos; para mí también análisis de hormona antimulleriana. Los resultados de la prueba de cariotipos y de antimulleriana tardan alrededor de un mes en obtenerse, así que la doctora nos comunica que cuando los tengamos todos volvamos a llamar a la clínica para concertar otra cita. Era un montón de tiempo, sí, otra vez la dichosa espera, pero en el fondo nos iba a venir bien a los dos para relajarnos y cargar las pilas, pues estos tratamientos conllevan mucha carga emocional y, la verdad, necesitábamos tomarnos un pequeño respiro antes de comenzar con la faena. La doctora y la enfermera no quisieron ahondar mucho en el tema, preferían ir dándonos información poco a poco y no agobiarnos con tanto dato.
Comienzan, entonces, nuestras mini-vacaciones, sólo un análisis más para cada uno y a esperar un mes a los resultados. Ninguna prueba más por ahora, ninguna cita médica más. ¡A despejar nuestras mentes!